Wannsee es un barrio de villas en las afueras de Berlín y Lydia vive en una de las casas en donde su labor consiste en mantener todo limpio para que la vida cotidiana de los demás sea cómoda y agradable.
Lydia trabaja como empleada doméstica para una familia berlinesa y vive en el sótano de la casa. Se dedica al aseo, además de pasear a los perros, cuidar del jardín y atender la casa. Sus jefes pasan mucho tiempo fuera y su rutina diaria es solitaria. El único contacto social durante la semana son las otras empleadas del hogar que de vez en cuando ayudan a Lydia, por lo que sus mejores amigos son los perros que cuida y con los que comparte la vida cotidiana.
Lydia lleva más de treinta años trabajando en casas particulares alemanas, llevando una vida a puerta cerrada, invisible para el exterior, por lo que intenta desafiar su aislamiento cotidiano vistiéndose de forma extravagante, ensayando para sus apariciones en la ópera, flirteando en Internet y bailando ballet por las noches.
La otra realidad de Lydia es que, en Polonia, su hermano alcohólico y su madre gravemente enferma comparten un departamento de una habitación. Lydia va con frecuencia a su casa polaca para cuidar a su madre y hacer las compras para el hermano. Cambia los euros ganados por zlotys, se los entrega, y comienza el viaje de vuelta a Berlín.
El chalet de Berlín y la habitación de Polonia, son los dos lugares de la vida de Lydia que parecen ser de planetas distintos, aunque sólo los separan unos cientos de kilómetros. Es una vida con una maleta de rueditas, que no termina nunca de llegar. A lo largo de los años, el tren se ha convertido en el verdadero hogar de Lydia. Está lleno de mujeres como ella, que limpian casas en Berlín, cuidan a los niños y atienden a los ancianos.
Gregor Eppinger pone rostro a una de las muchas mujeres que trabajan en secreto en Alemania y contribuyen, sin proponérselo, al mantenimiento de la meritocracia con un trabajo precario y sin seguridad social.
Wannsee es un barrio de villas en las afueras de Berlín y Lydia vive en una de las casas en donde su labor consiste en mantener todo limpio para que la vida cotidiana de los demás sea cómoda y agradable.
Lydia trabaja como empleada doméstica para una familia berlinesa y vive en el sótano de la casa. Se dedica al aseo, además de pasear a los perros, cuidar del jardín y atender la casa. Sus jefes pasan mucho tiempo fuera y su rutina diaria es solitaria. El único contacto social durante la semana son las otras empleadas del hogar que de vez en cuando ayudan a Lydia, por lo que sus mejores amigos son los perros que cuida y con los que comparte la vida cotidiana.
Lydia lleva más de treinta años trabajando en casas particulares alemanas, llevando una vida a puerta cerrada, invisible para el exterior, por lo que intenta desafiar su aislamiento cotidiano vistiéndose de forma extravagante, ensayando para sus apariciones en la ópera, flirteando en Internet y bailando ballet por las noches.
La otra realidad de Lydia es que, en Polonia, su hermano alcohólico y su madre gravemente enferma comparten un departamento de una habitación. Lydia va con frecuencia a su casa polaca para cuidar a su madre y hacer las compras para el hermano. Cambia los euros ganados por zlotys, se los entrega, y comienza el viaje de vuelta a Berlín.
El chalet de Berlín y la habitación de Polonia, son los dos lugares de la vida de Lydia que parecen ser de planetas distintos, aunque sólo los separan unos cientos de kilómetros. Es una vida con una maleta de rueditas, que no termina nunca de llegar. A lo largo de los años, el tren se ha convertido en el verdadero hogar de Lydia. Está lleno de mujeres como ella, que limpian casas en Berlín, cuidan a los niños y atienden a los ancianos.
Gregor Eppinger pone rostro a una de las muchas mujeres que trabajan en secreto en Alemania y contribuyen, sin proponérselo, al mantenimiento de la meritocracia con un trabajo precario y sin seguridad social.