Cuando no había despertadores, el relojero se aseguraba de que la gente se despertara a la hora adecuada. Todos los días caminaba el largo camino desde su casa hasta el pueblo. Hasta que un día perdió las fuerzas y su nieto tuvo la brillante idea de regalarle una pequeña campanilla.
Cuando no había despertadores, el relojero se aseguraba de que la gente se despertara a la hora adecuada. Todos los días caminaba el largo camino desde su casa hasta el pueblo. Hasta que un día perdió las fuerzas y su nieto tuvo la brillante idea de regalarle una pequeña campanilla.