Desde su más tierna infancia, el ingenuo Abel se ve obligado a desempeñar el papel de marginado y chivo expiatorio: en el internado tiene que expiar las bromas de los demás, y de adulto es juzgado injustamente como presunto pederasta.
Pero Abel considera que son coincidencias que le han salvado una y otra vez de consecuencias amenazadoras, y lo atribuye a un destino misterioso que le había elegido para tareas mayores. Cree que ha evitado la expulsión del internado porque sus patronos habían dejado que el colegio ardiera en llamas, y que ha escapado de la penitenciaría porque estalló la Segunda Guerra Mundial.
Cuando es enviado a Prusia Oriental como prisionero de guerra francés, Abel se siente por fin libre porque puede dar rienda suelta a sus fantasías infantiles. El destino del cautiverio no le deprime. Cuando es destinado a la granja de caza de Göring y se encuentra en medio de los oficiales y del Reichsfeldmarschall completamente sobreexcitado, el iluso parece haber alcanzado la meta de su destino.
Pero sólo la derrota en Stalingrado abre las puertas del paraíso a este gentil gigante: en forma de puente levadizo del viejo castillo de caballeros Kaltenborn, donde los nazis crían a su prole de élite. Junto con su esposa Netta, que tiene un carácter igualmente sencillo, Abel cuida de un enorme rebaño de muchachos, les proporciona comida y vigila el fuego del dormitorio por la noche. Durante el día recorre el campo en su caballo negro, acompañado de enormes dobermans, siempre a la caza de nuevos muchachos que traer al castillo. Sólo cuando los tanques rusos se posicionan justo delante del castillo se da cuenta de que ha estado sirviendo a los amos equivocados.
Desde su más tierna infancia, el ingenuo Abel se ve obligado a desempeñar el papel de marginado y chivo expiatorio: en el internado tiene que expiar las bromas de los demás, y de adulto es juzgado injustamente como presunto pederasta.
Pero Abel considera que son coincidencias que le han salvado una y otra vez de consecuencias amenazadoras, y lo atribuye a un destino misterioso que le había elegido para tareas mayores. Cree que ha evitado la expulsión del internado porque sus patronos habían dejado que el colegio ardiera en llamas, y que ha escapado de la penitenciaría porque estalló la Segunda Guerra Mundial.
Cuando es enviado a Prusia Oriental como prisionero de guerra francés, Abel se siente por fin libre porque puede dar rienda suelta a sus fantasías infantiles. El destino del cautiverio no le deprime. Cuando es destinado a la granja de caza de Göring y se encuentra en medio de los oficiales y del Reichsfeldmarschall completamente sobreexcitado, el iluso parece haber alcanzado la meta de su destino.
Pero sólo la derrota en Stalingrado abre las puertas del paraíso a este gentil gigante: en forma de puente levadizo del viejo castillo de caballeros Kaltenborn, donde los nazis crían a su prole de élite. Junto con su esposa Netta, que tiene un carácter igualmente sencillo, Abel cuida de un enorme rebaño de muchachos, les proporciona comida y vigila el fuego del dormitorio por la noche. Durante el día recorre el campo en su caballo negro, acompañado de enormes dobermans, siempre a la caza de nuevos muchachos que traer al castillo. Sólo cuando los tanques rusos se posicionan justo delante del castillo se da cuenta de que ha estado sirviendo a los amos equivocados.